SOLEDADES. 1907.
Antonio Machado
Como no podía ser de otra forma, y toda vez que los derechos de autor de Antonio Machado ya han pasado al dominio público el uno de enero de 2020, pasamos a reproducir el contenido de éste su libro.
Y lo vamos a publicar en este blog por reproducciones parciales que iremos publicando en los próximos meses, a razón de aproximadamente cincuenta paginas del poemario en cada entrega.
Antonio Machado Ruiz en 1909, el día de su boda con Leonor Izquierdo Cuevas.
I
EL VIAJERO
Está en la sala familiar, sombría
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
Un gris mechón sobre la angosta frente,
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo,
La tarde, tras los húmedos cristales,
Se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
– Lejos quedó la pobre loba, muerta -.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
del viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales
amarillas rodar, las olorosas
ramas del eucaliptus, los rosales,
que enseñan otra vez sus blancas rosas…
Y este dolor que añora o desconfía
El temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
Todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.
II
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas,
he navegado en cien mares
y he atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra.
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja.
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino,
Donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.
III
La plaza y los naranjos encendidos
Con sus frutas redondas y risueñas.
Tumulto de pequeños colegiales
que al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.
¡Alegría infantil en los rincones
de las ciudades muertas!…
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas!
IV
En el entierro de un amigo
Tierra le dieron una tarde horrible
del mes de julio, bajo el sol de fuego.
A un paso de la abierta sepultura
había rosas de podridos pétalos,
entre geranios de áspera fragancia
y roja flor. El cielo
puro y azul. Corría
un aire fuerte y seco.
De los gruesos cordeles suspendido,
pesadamente descender hicieron
el ataúd al fondo de la fosa
los dos sepultureros…
Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.
Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.
Sobre la negra caja se rompían
los pesados terrones polvorientos…
El aire se llevaba
de la honda fosa el blanquecino aliento.
Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,
larga paz a tus huesos…
Definitivamente
duerme un sueño tranquilo y verdadero.
V
Recuerdo infantil
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano,
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
VI
Fue una clara tarde, triste y soñolienta,
tarde de verano. La hiedra asomaba
al muro del parque, negra y polvorienta…
La fuente sonaba.
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta.
En el solitario parque la sonora
copia borbollante del agua cantora,
me guió a la fuente. La fuente vertía
sobre el blanco mármol su monotonía!
La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
Un sueño lejano mi canto presente?…
Fue una tarde lenta del lento verano.
Respondí a la fuente:
No recuerdo, hermana,
mas sé que tu copia presente es lejana.
Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
como hoy sobre el mármol su monotonía.
¿Recuerdas, hermano?… Los mirtos talares,
que ves, sombreaban los claros cantares
que escuchas. Del rubio color de la llama
el fruto maduro pendía en la rama
lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?…
Fue esta misma lenta tarde de verano.
-No sé qué me dice tu copia riente
de ensueños lejanos, hermana la fuente.
Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía
que sueña en la tarde de verano vieja.
Yo sé que tus bellos espejos cantores
Copiaron antiguos delirios de amores:
más cuéntame, fuente de lengua encantada,
cuéntame mi alegre leyenda olvidada.
-Yo no sé leyendas de antigua alegría,
sino historias viejas de melancolía.
Fue una clara tarde del lento verano…
Tú venías solo con tu pena, hermano;
tus labios besaron mi linfa serena,
y, en la clara tarde, dijeron tu pena.
Dijeron tu pena tus labios que ardían:
la sed que ahora tienen, entonces tenían.
-Adiós para siempre, la fuente sonora,
del parque dormido eterna cantora.
Adiós para siempre, tu monotonía,
fuente, es más amarga que la pena mía.
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
sonó en el silencio de la tarde muerta.
VII
El limonero lánguido suspende
Una pálida rama polvorienta,
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro…
Es una tarde clara,
casi de primavera;
tibia tarde de Marzo,
que el hálito de Abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el perfil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan…
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.
VIII
Yo escucho los cantos
de viejas cadencias,
que los niños cantan
cuando en coro juegan,
y vierten en coro
sus almas que sueñan,
cual vierten sus aguas
las fuentes de piedra:
con monotonías
de risas eternas
que no son alegres,
con lágrimas viejas
que no son amargas
y dicen tristezas,
tristezas de amores
de antiguas leyendas.
En labios niños,
las canciones llevan
confusa la historia
y clara la pena;
como clara el agua
lleva su conseja
de viejos amores,
que nunca se cuentan.
Jugando, a sombra
de una plaza vieja,
los niños cantaban…
La fuente de piedra
vertía su eterno
cristal de leyenda.
Cantaban los niños
canciones ingenuas,
de un algo que pasa
y que nunca llega,
la historia confusa
y clara la pena.
Vertía la fuente
su eterna conseja:
borrada la historia
contaba la pena.
IX
Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando en torno a la torre y al caserón solitario
Ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
Es una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.
Pasados los verdes pinos
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del rio. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.
Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
Azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!
¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía,
sol del día, claro día,
hermosa tierra de España!
X
A la desierta plaza
conduce un laberinto de callejas.
A un lado, el viejo paredón sombrío
de una ruinosa iglesia;
a otro lado, la tapia blanquecina
de un huerto de cipreses y palmeras,
y, frente a mí, la casa,
y en la casa la reja,
ante el cristal que levemente empaña
su figurilla plácida y risueña.
Me apartaré. No quiero
Llamar a tu ventana… Primavera
Viene – su veste blanca
flota en el aire de la plaza muerta -;
viene a encender las rosas
rojas de tus rosales… Quiero verla…
XI
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
– La tarde cayendo está -.
“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya non siento el corazón.”
Y todo el campo un momento
se queda mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del rio.
La tarde más se obscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada.”
XII
Amada, el aura dice
tu pura veste blanca…
No te verán mis ojos;
mi corazón te aguarda!
El aura me ha traido
tu nombre en la mañana;
el eco de tus pasos
repite la montaña…
No te verán mis ojos;
mi corazón te aguarda!
En la ciudad sombría
repica la campana…
No te verán mis ojos;
mi corazón te aguarda!
Los golpes del martillo
dicen la negra caja;
y el sitio de la fosa,
los golpes de la azada…
No te verán mis ojos;
mi corazón te aguarda!
XIII
Hacia un ocaso radiante
caminaba el sol de estío,
y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,
tras de los álamos verdes de las márgenes del rio.
Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera
de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,
entre metal y madera,
que es la canción estival.
En una huerta sombría,
giraban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.
Era una tarde de Julio, luminosa y polvorienta.
Yo iba haciendo mi camino,
Absorto en el solitario crepúsculo campesino.
Y pensaba: “¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa
toda desdén y armonía,
hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía
de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa”
Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.
Lejos, la ciudad dormía
como cubierta de un mago fanal de oro transparente.
Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.
Los últimos arreboles coronaban las colinas
manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.
Yo caminaba cansado,
sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.
El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,
bajo lo arcos del puente,
como si al pasar dijera:
“Apenas desamarrada
la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se canta: no somos nada.
Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.”
Bajo los ojos del puente pesaba el agua sombría.
(Yo pensaba: ¡el alma mía!)
Y me detuve un momento,
en la tarde a meditar…
¿Qué es esta gota en el viento
que grita al mar: Soy el mar?
Vibraba el aire asordado
por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,
cual si estuviera sembrado
de campanitas de oro.
En el azul fulguraba
un lucero diamantino.
Cálido viento soplaba
alborotando el camino.
Yo en la tarde polvorienta
hacia la ciudad volvía.
Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.
XIV
Cante Hondo
Yo meditaba absorto, devanando
los hilos del hastío y la tristeza,
cuando llegó a mi oído,
por la ventana de mi estancia, abierta
a una caliente noche de verano,
el plañir de una copia soñolienta,
quebrada por los trémolos sombríos
de las músicas magas de mi tierra.
… Y era el Amor, como una roja llama…
-Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro
que se trocaba en surtidor de estrellas-.
… Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,
el paso largo, torva y esquelética.
-tal cuando yo era niño la soñaba-.
Y era la guitarra, resonante y trémula,
la brusca mano, al golpear, fingía
el reposar de un ataúd en tierra.
Y era un plañido solitario el soplo
que el polvo barre y ceniza aventa.
XV
La calle en sombra. Ocultan los altos caserones
al sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.
¿No ves, en el encanto del mirador florido,
el óvalo rosado de un rostro conocido?
La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,
surge o se apaga como daguerrotipo viejo.
Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;
Se extinguen lentamente los ecos del ocaso.
¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón. ¿Es ella?
No puede ser… Camina… En el azul la estrella.
XVI
Siempre fugitiva y siempre
cerca de mi, en negro manto
mal cubierto el desdeñoso
gesto de tu rostro pálido.
No sé dónde vas, ni donde
tu virgen belleza tálamo
busca en la noche. No sé
qué sueños cierran tus párpados,
ni de quién haya entreabierto
tu lecho inhospitalario.
…..…………………………………………
Detén el paso, belleza
esquiva, detén el paso…
Besar quisiera la amarga,
Amarga flor de tus labios.
XVII
En una tarde clara y amplia como el hastío,
cuando su lanza tórrida blande el viejo verano,
copiaban el fantasma de un triste sueño mio
mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.
La gloria del Ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el grave soñar en la llanura…
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento Ocaso,
y aun más allá, la alegre canción de un alba pura.
XVIII
Maldiciendo su destino,
como Glauco, el Dios marino,
mira, turbia la pupila
de llanto, el mar que le debe también su virgen Scyla.
Él sabe que un Dios más fuerte
con la substancia inmortal está jugando a la muerte
cual niño bárbaro. Él piensa
que ha de caer como rama, que sobre las aguas flota,
antes de perderse, gota
de mar, en la mar inmensa
En sueños oyó el acento de una palabra divina:
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina
sin odio ni amor, y el frio
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.
Bajo las palmeras del oasis el agua buena
miró brotar de la arena:
y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros
animales carn¡ceros…
Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor
y fue compasivo para el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.
Con el Eclesiastés dijo: Vanidad de vanidades,
todo es negra vanidad;
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades,
sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.
Y viendo como lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
Noche de amor!…
Y otra noche sintió la mala tristeza
que enturbia la pura llama,
y un corazón que bosteza,
y un histrión que declama.
Y dijo: las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías;
las blancas sombras se van.
Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado
del ayer. Cuán bello era,
qué hermosamente el pasado
fingía la primavera.
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!
¡Alma que en vano quisiste ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!
XIX
¡Verdes jardinillos,
claras plazoletas,
fuente verdinosa
donde el agua sueña,
donde el agua muda
resbala en la piedra!…
Las hojas de un verde
mustio, casi negras,
del árbol, el viento
de Septiembre besa
y se lleva algunas
amarillas, secas,
jugando, entre el polvo
blanco de la sierra.
Linda doncellita
que el cántaro llenas
de agua transparente,
tú, al verme, no llevas
a los negros bucles
de tu cabellera,
distraídamente,
la mano morena,
ni, luego, en el limpio
cristal te contemplas…
Tú miras al aire
de la tarde bella,
mientras de agua clara
el cántaro llenas.